Cuando Martí, con su juventud madura y sus treinta y ocho años añejos, pronunció “Los Pinos Nuevos” en presencia de compatriotas de edades entrelazadas, no era un anciano joven; era un adulto respetable en las corrientes de su tiempo. Al gritar “¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!”, hablaba en nombre de los que abrazarían o ya habían abrazado un proyecto de renacimiento, brotando entre las cenizas de las derrotas, traiciones y desuniones que agobiaban a la Patria. En este plan, se equiparaban (creo) como pinos nuevos, como guardias de un pensamiento fresco (para su tiempo), tanto los jóvenes que se zambullían en el servicio revolucionario como los guerreros curtidos en la lucha desde 1868.
Era el paisaje húmedo y negruzco: corría turbulento el arroyo cenagoso; las cañas, pocas y mustias, no mecían su verdor quejosamente, como aquellas queridas por donde piden redención los que las fecundaron con su muerte, sino se entraban, ásperas e hirsutas, como puñales extranjeros, por el corazón: y en lo alto de las nubes desgarradas, un pino, desafiando la tempestad, erguía entero, su copa. Rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos: ¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!.
José Martí, 27 de Noviembre. 1891